Me senté
en la banca del parque. La tarde estaba
de costumbre y yo acostumbrada; acostumbrada a los mismos ruidos a las mismas
cosas a la misma soledad. No había nada extraordinario ni diferente a mi
alrededor, era la misma banca, el mismo parque, la misma montaña, el mismo aire
y hasta los pájaros parecían ser los mismos que revoloteaban en las mismas
ramas. ¿Otro día que terminaba, otro que estaba asomándose al otro lado del
mundo donde estaba mi mismo horizonte gris? no, eran hasta los mismos días, nada
cambiaba, era también hasta yo misma.
Cerré
los ojos y me estremecí al visualizarme atrapada en el mismo caos existencial,
sin poder saltar fuera del océano que fui creando con tantos errores, los
mismos...resultados de mi misma pinche responsabilidad... misma historia
descuidada o mejor dicho, mismo descuido de la misma historia. Comencé a escribir naderías: que el sol me
maravillaba en su ocaso, que las nubes me parecían conejos y lobos y ogros
corriendo sin piernas...las mismas nubes del mismo cielo.
Me
dijeron un día que las lágrimas reforzaban las defensas, me lo creí, bueno, me
lo quise creer convencida, y lloro todos los días; no quiero enfermar de nuevo,
jodí demasiado con esos mismos achaques. Voy a llorar más para no caerme nunca. Voy a llorar tanto que necesitaré salvavidas, me ahogo es lo más seguro pero
me muero antes que volver a enfermar de nada…más bien de la misma nada...no... ¡no!, mejor voy a inventarme que
la risa es un chocolate que no sabe a lo mismo y voy a reír a más no poder, así
tendré en los otros días la otra esperanza de recuperarme y terminaré llenando
otros vacíos de carcajadas con sabor a dulce. Hasta creo ya que mi cuerpo no es
el mismo y por lo tanto comienza a desechar de sí la sarta de tonterías que le hice creer...sí,
a partir de hoy resurgido voy a reír; mi cuerpo será el otro, yo, seré yo otra, aunque
todo y todos sigan siendo lo mismo.
María Ayala.
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